martes, 12 de enero de 2016

Vienen a violar a nuestras mujeres.

Anuncio de Calvin Klein denunciado por banalizar la violencia sexual.
Anuncio de Calvin Klein denunciado por banalizar la violencia sexual.

Los medios de comunicación se han volcado en informar sobre una “ola” de violaciones en Colonia, Alemania. ¿Qué tiene este caso de especial? ¿Alzamos ya las copas para celebrar que ¡por fin! los medios dan la importancia que merece a las agresiones en entornos de fiesta? ¿Que por fin la violencia sexual es una cuestión de Estado? ¿O estamos ante un caso típico de ‘purplewashing’, donde las luchas de las mujeres se utilizan para criminalizar a segmentos de la población y aplicar políticas racistas? - See more at: http://www.pikaramagazine.com/2016/01/vienen-a-violar-a-nuestras-mujeres/#sthash.7OHGv6DJ.dpuf
Sobre este caso hay un baile de cifras que arriesga a desviar el debate de donde realmente hace daño. No dudo que en los próximos días los mil hombres iniciales se rebajen a unos cuantos, como tampoco dudo que las 90 denuncias presentadas son completamente reales. Mil, noventa o cinco no cambia el hecho de que hubo agresiones y de que es escandaloso que se sigan produciendo. Y las hubo, sin duda alguna; para que no las haya es necesario establecer un protocolo específico y hacer un esfuerzo colectivo. Y aún así, se siguen produciendo, como bien sabe cualquiera que haya organizado eventos con mirada de género. Tampoco dudo que sigan apareciendo denuncias, cuando en este caso, por fin, se ha creado un ambiente receptivo en el sistema policial y judicial a las denuncias por tocamientos, algo generalmente impensable y que debería ser la norma.
Lo específico de este caso es que ha puesto el foco en el origen supuesto de los agresores. Norteafricanos. Extranjeros. Incluso hay medios que apuntan a que eran refugiados, así, directamente. Bajemos las copas, pues, porque el acento puesto en esa particularidad es extremadamente preocupante. Y es una trampa. Europa no se ha vuelto feminista con el Año Nuevo, sino que sigue siendo tan racista como siempre. Porque lo que tienen en común las agresiones sexuales en espacios de fiesta, todas, las que suceden en Colonia, en Cairo o en Barcelona, no es el origen o el color de los agresores, sino la construcción que les permite pensar a estos hombres que la agresión puede formar parte de su sexualidad. Los agresores no son blancos o negros, cristianos o musulmanes: son hombres construidos en la masculinidad hegemónica. Sin más. Ni menos.
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        Los medios de comunicación se han volcado en informar sobre una “ola” de violaciones en Colonia, Alemania. ¿Qué tiene este caso de especial? ¿Alzamos ya las copas para celebrar que ¡por fin! los medios dan la importancia que merece a las agresiones en entornos de fiesta? ¿Que por fin la violencia sexual es una cuestión de Estado? ¿O estamos ante un caso típico de ‘purplewashing’, donde las luchas de las mujeres se utilizan para criminalizar a segmentos de la población y aplicar políticas racistas?

       Sobre este caso hay un baile de cifras que arriesga a desviar el debate de donde realmente hace daño. No dudo que en los próximos días los mil hombres iniciales se rebajen a unos cuantos, como tampoco dudo que las 90 denuncias presentadas son completamente reales. Mil, noventa o cinco no cambia el hecho de que hubo agresiones y de que es escandaloso que se sigan produciendo. Y las hubo, sin duda alguna; para que no las haya es necesario establecer un protocolo específico y hacer un esfuerzo colectivo. Y aún así, se siguen produciendo, como bien sabe cualquiera que haya organizado eventos con mirada de género. Tampoco dudo que sigan apareciendo denuncias, cuando en este caso, por fin, se ha creado un ambiente receptivo en el sistema policial y judicial a las denuncias por tocamientos, algo generalmente impensable y que debería ser la norma.

       Lo específico de este caso es que ha puesto el foco en el origen supuesto de los agresores. Norteafricanos. Extranjeros. Incluso hay medios que apuntan a que eran refugiados, así, directamente. Bajemos las copas, pues, porque el acento puesto en esa particularidad es extremadamente preocupante. Y es una trampa. Europa no se ha vuelto feminista con el Año Nuevo, sino que sigue siendo tan racista como siempre. Porque lo que tienen en común las agresiones sexuales en espacios de fiesta, todas, las que suceden en Colonia, en Cairo o en Barcelona, no es el origen o el color de los agresores, sino la construcción que les permite pensar a estos hombres que la agresión puede formar parte de su sexualidad. Los agresores no son blancos o negros, cristianos o musulmanes: son hombres construidos en la masculinidad hegemónica. Sin más. Ni menos.







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