Anuncio de Calvin Klein denunciado por banalizar la violencia sexual. |
Los
medios de comunicación se han volcado en informar sobre una “ola” de
violaciones en Colonia, Alemania. ¿Qué tiene este caso de especial?
¿Alzamos ya las copas para celebrar que ¡por fin! los medios dan la
importancia que merece a las agresiones en entornos de fiesta? ¿Que por
fin la violencia sexual es una cuestión de Estado? ¿O estamos ante un
caso típico de ‘purplewashing’, donde las luchas de las mujeres se
utilizan para criminalizar a segmentos de la población y aplicar
políticas racistas? - See more at:
http://www.pikaramagazine.com/2016/01/vienen-a-violar-a-nuestras-mujeres/#sthash.7OHGv6DJ.dpuf
Sobre
este caso hay un baile de cifras que arriesga a desviar el debate de
donde realmente hace daño. No dudo que en los próximos días los mil
hombres iniciales se rebajen a unos cuantos, como tampoco dudo que las
90 denuncias presentadas son completamente reales. Mil, noventa o cinco
no cambia el hecho de que hubo agresiones y de que es escandaloso que se
sigan produciendo. Y las hubo, sin duda alguna; para que no las haya es
necesario establecer un protocolo específico y hacer un esfuerzo
colectivo. Y aún así, se siguen produciendo, como bien sabe cualquiera
que haya organizado eventos con mirada de género. Tampoco dudo que sigan
apareciendo denuncias, cuando en este caso, por fin, se ha creado un
ambiente receptivo en el sistema policial y judicial a las denuncias por
tocamientos, algo generalmente impensable y que debería ser la norma.
Lo específico de este caso es que ha puesto el foco en el origen supuesto de los agresores. Norteafricanos. Extranjeros. Incluso hay medios que apuntan a que eran refugiados, así, directamente. Bajemos las copas, pues, porque el acento puesto en esa particularidad es extremadamente preocupante. Y es una trampa. Europa no se ha vuelto feminista con el Año Nuevo, sino que sigue siendo tan racista como siempre. Porque lo que tienen en común las agresiones sexuales en espacios de fiesta, todas, las que suceden en Colonia, en Cairo o en Barcelona, no es el origen o el color de los agresores, sino la construcción que les permite pensar a estos hombres que la agresión puede formar parte de su sexualidad. Los agresores no son blancos o negros, cristianos o musulmanes: son hombres construidos en la masculinidad hegemónica. Sin más. Ni menos.
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Lo específico de este caso es que ha puesto el foco en el origen supuesto de los agresores. Norteafricanos. Extranjeros. Incluso hay medios que apuntan a que eran refugiados, así, directamente. Bajemos las copas, pues, porque el acento puesto en esa particularidad es extremadamente preocupante. Y es una trampa. Europa no se ha vuelto feminista con el Año Nuevo, sino que sigue siendo tan racista como siempre. Porque lo que tienen en común las agresiones sexuales en espacios de fiesta, todas, las que suceden en Colonia, en Cairo o en Barcelona, no es el origen o el color de los agresores, sino la construcción que les permite pensar a estos hombres que la agresión puede formar parte de su sexualidad. Los agresores no son blancos o negros, cristianos o musulmanes: son hombres construidos en la masculinidad hegemónica. Sin más. Ni menos.
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Sobre este caso hay un baile de cifras que arriesga a desviar el debate de donde realmente hace daño. No dudo que en los próximos días los mil hombres iniciales se rebajen a unos cuantos, como tampoco dudo que las 90 denuncias presentadas son completamente reales. Mil, noventa o cinco no cambia el hecho de que hubo agresiones y de que es escandaloso que se sigan produciendo. Y las hubo, sin duda alguna; para que no las haya es necesario establecer un protocolo específico y hacer un esfuerzo colectivo. Y aún así, se siguen produciendo, como bien sabe cualquiera que haya organizado eventos con mirada de género. Tampoco dudo que sigan apareciendo denuncias, cuando en este caso, por fin, se ha creado un ambiente receptivo en el sistema policial y judicial a las denuncias por tocamientos, algo generalmente impensable y que debería ser la norma.
Lo específico de este caso es que ha puesto el foco en el origen supuesto de los agresores. Norteafricanos. Extranjeros. Incluso hay medios que apuntan a que eran refugiados, así, directamente. Bajemos las copas, pues, porque el acento puesto en esa particularidad es extremadamente preocupante. Y es una trampa. Europa no se ha vuelto feminista con el Año Nuevo, sino que sigue siendo tan racista como siempre. Porque lo que tienen en común las agresiones sexuales en espacios de fiesta, todas, las que suceden en Colonia, en Cairo o en Barcelona, no es el origen o el color de los agresores, sino la construcción que les permite pensar a estos hombres que la agresión puede formar parte de su sexualidad. Los agresores no son blancos o negros, cristianos o musulmanes: son hombres construidos en la masculinidad hegemónica. Sin más. Ni menos.
Lo puedes leer completo en
Vienen a violar a nuestras mujeres.
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