Hay que estar verdaderamente aislado de nuestros conciudadanos musulmanes reales o supuestos para dudar de ello. Estos ciudadanos franceses o extranjeros que viven en Francia son los primeros en padecer esta instrumentalización de su fe para fines políticos, reaccionarios y asesinos. «¿Qué va a pasar todavía?» es la reacción más frecuente que sigue a la emoción frente a estos asesinatos, conscientes como son de la instrumentalización de la emoción para unos fines islamófobos que no faltarán. No se trata de una paranoia, sino de la experiencia aprendida del pasado y en particular de los atentados de principios de este año. En este contexto las conminaciones a la denuncia se perciben como una sospecha de complicidad o de aprobación. Una vez más lo que se siente es una acusación de ilegitimidad de presencia en casa. Esto es lo que decía Rokhaya Diallo* en un programa de radio tras los atentados de enero:
«Cuando oigo decir que se conmina a los musulmanes a desmarcarse de un acto que no tienen nada de humano, sí, efectivamente, me siento aludida. Tengo la sensación de que se pone a toda mi familia y a todos mis amigos en el banquillo de los acusados. ¿Osa usted decirme, aquí, que soy solidaria? ¿Necesita verdaderamente que lo verbalice? Así pues, yo soy la única persona en esta mesa que tiene que decir que no tengo nada que ver con esto (1).»
Lo puedes leer completo en No renunciemos a pensar frente al horror.
Residentes de Molenbeek, Bruselas, registradas en la entrada a un acto por las víctimas de París. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario